Datos personales

jueves, 23 de agosto de 2012

Día 4: La marcha

      Salí de la sala con mucho sigilo, cuidando que la profesora y mis compañeras no se dieran cuenta de lo que pretendía hacer. Oculté mi mochila bajo el chaleco y me dirigí al patio de atrás del colegio, salté el muro que colindaba con el cementerio de las monjas y, así, a través de las tumbas llegué a la puerta principal, por ende a la calle. Tomé la micro y llegué a la esquina donde nos íbamos a juntar con mis amigas.

      La marcha dio inicio  a su largo recorrido a los minutos después de haber yo llegado. Caminamos cuadras y cuadras lanzando cientos de panfletos, leyendo un sin fin de pancartas que cargaban aquellas personas que caminaban junto a nosotras.
      No noté en qué momento llegamos a las afueras de la ciudad, mis amigas tampoco. Allí nos esperaban unas micros y autos para llevarnos a la ciudad vecina donde terminaría todo con un gran acto.
      Mis amigas y yo nos miramos perplejas, pues ninguna se había dado cuenta de todo lo que habíamos caminado y no teníamos idea de cómo volver, además de andar sin dinero. Estábamos ahí decidiendo qué hacer mientras veíamos como todos se iban. En eso, frente a nosotras pasa lentamente, una camioneta con algunas personas en su parte trasera... una de aquellas personas era él:

  • Rodrigo
      No lo dudé ni un segundo, corrí y me subí a la camioneta... mis amigas me siguieron.
      Fue increíble, estuvimos juntos cantando y bailando. Lo único que comimos fueron unas manzanas que nos regaló el dueño de un negocio.
      Ya avanzada la tarde, llegó la hora de regresar, cómo lo haríamos... no sé, lo único que tenía claro era que estaba feliz, cansada y mis tripas rugían de hambre. Rodrigo debía quedarse, entonces nos despedimos y junto a mis amigas comenzamos a caminar. Llegamos a una plaza, nos subimos a un autobús pidiéndole permiso al chofer y rogando que nos aguantara la patudes y... así sucedió.
      Llegué a mi casa bastante tarde con la excusa de haber estado haciendo una tarea y el corazón rebosante de alegría con lo que acababa de vivir.

lunes, 13 de agosto de 2012

Día 3: Un encuentro casual

   Hoy fui al museo con unas amigas, al salir y dirigirnos a tomar una micro a casa lo vi, o él me vio...no lo sé, es decir no sé quien vio primero a quien, sólo sé que nos miramos, nos sonreímos y ambos nos acercamos a saludarnos...¡por fin alguien que no se hace el loco, el que no te ve, el importante, el que te ignora, etc.!
   Le presenté a mis amigas, ellas lo miraban embobadas, creo que debí pellizcarlas para que disimularan un poco, pero no me importó, pues él al parecer no lo notó. 
   Luego de conversar un rato, me pidió que lo acompañara al museo, yo un poco confundida lo miraba a él y a mis amigas, estas últimas de inmediato reaccionaron e inventaron mil cosas para que me fuera con él y no me preocupara por ellas, así es que regresé al museo y vi nuevamente la muestra, sólo que esta vez con otra compañía.
   El museo entero me pareció nuevo e interesante. Lo recorrimos completamente tomados de las manos. Él no me pidió ser su pareja ni nada de eso, pero estar allí, tomados de las manos me hizo sentir especial o mejor dicho ser alguien especial para él.
   Al salir del museo nos fuimos juntos y me dejó, al igual que la otra vez, a la mitad del camino entre su casa y la mía. Se despidió con un beso en mi mejilla y se fue.
   No sé cuánto me demoré en llegar a casa, ni qué camino tomé, pero en la puerta estaban mis amigas, ansiosas de saber los detalles de este encuentro.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Día 2: Conociendo algo más de él


          Claro está que no han pasado dos días, pero prefiero vivir esto como si cada momento hubiera ocurrido el día anterior.
            Lo que sucedió esta vez fue que mi hermano me pidió que lo acompañara a una nueva reunión, yo no lo podía creer, le pedí alguna explicación y lo único que conseguí fue saber que Rodrigo había pedido expresamente que yo fuera. Después de esta respuesta y de sentirme en las nubes no quise saber nada más.
            Llegamos al lugar de costumbre y todo ocurrió idem.
            Cuando quedamos solos me invitó a su casa. Quedaba cerca. Entramos y me presentó a su mamá, una señora muy simpática y reservada. Juntos nos sentamos en un sillón, allí Rodrigo apareció con una guitarra y se puso a cantar, así pasamos la mayor parte de la tarde.
            Luego fue a dejarme a mí casa, justo al llegar a la mitad del camino entre su casa y la mía se detuvo, me dijo que sólo hasta ahí podía dejarme, se despidió y se fue.