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martes, 15 de marzo de 2011

Los sin vida

Una tarde mientras estaba en la escuela vi al papá de mi compañero de curso, era un hombre un tanto mayor que se paseaba por la sala de entrada llevando sus manos en los bolsillos. Javier, su hijo, era igual a él y sus otros dos hijos, que también asistían a este colegio eran su vivo retrato: alto, delgado y colorín.
Este hombre llegaba cada mañana a dejar a sus retoños al colegio y junto a su esposa, también colorina, los besaban en la frente despidiéndose de cada uno de ellos.
Era costumbre ver a este hombre, en el transcurso del primer recreo, en una banca del patio leyendo el diario o conversando con alguno de sus hijos.
En el segundo recreo, lo podía ver paseándose por el patio sólo o hablando con algún inspector. Más tarde, ya en nuestra hora de almuerzo, se sentaba junto a toda su familia en el mesón más alejado del comedor y allí ellos compartían la comida que compraban en el mismo casino. Ya en la tarde, a la hora de salida, llegaba él y su señora a retirar a sus hijos.
Por mi cabeza se paseaban un sin número de preguntas que yo deseaba responder, entonces comencé a llegar antes que ellos a la escuela, así pude ver que cada día era igual al otro, cada vez el beso en la frente y toda vez ellos juntos.
Al toque del timbre para el recreo salía de los primeros, incluso pedí que me cambiaran de puesto cerca de la puerta y desde allí podía observar el instante preciso en que este hombre hacía su ingreso al patio. Me sentaba en una banca, en el rincón más alejado y veía todo lo que sucedía.
Me llamaba la atención que este hombre pasara tanto tiempo aquí ¿acaso no tenía trabajo? ¿No tenía nada más que hacer? ¿no tenía vida propia? ¿Cómo podía pasar allí metido en el colegio?
En fin, mi interés aumentó de tal manera que no me conformé con las respuestas insulsas de mis otros compañeros:
- ¡Ah! El papá del Javier – dijo uno.
- Sí lo he visto, parece que ayer andaba por el patio – respondió otro.
- ¿El papá del Javi? No sé quien es – dijeron los despistados de siempre.
Por lo que decidí averiguar un poco más sobre este hombre sin vida.
Al colocar su nombre en un buscador de internet supe que era el dueño de una empresa muy famosa cuyo rendimiento anual le dejaba grandes ganancias, según algunas entrevistas que allí aparecían.
En las tardes me sentaba en una plaza que había frente a su casa y lo veía jugar con sus hijos. El fin de semana transcurría en ir a la feria el día sábado en la mañana, la tarde era día de visitas; en tanto, el domingo era misa matutina y andar en bicicleta en la tarde. Todo en familia.
Pasado un tiempo mis amigos se alejaron de mí, pues decían que yo ya no tenía vida propia y que sólo vivía preocupado de esa familia, la familia de los sin vida.