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sábado, 12 de enero de 2019

La niña

Era de día, un día cálido acompañado de una agradable brisa. La calle estaba tranquila, guiaban nuestros pasos unos inmensos árboles con un hermoso follaje de diversos tonos de verde, unos más intensos que otros.
Nos detuvimos frente al portón de la casa, la puerta era de madera, barnizada, muy brillante y limpia. Abro la puerta, empujándola con cuidado, pero sin ningún tipo de temor, entro y me encuentro con un lindo jardín, lleno de plantas, árboles frutales y flores alrededor de un camino por el cual voy caminando. Ellos, los que venían conmigo, se quedan afuera.
Este camino me lleva hasta la entrada de la casa, ingreso, allí estaba todo en penumbra y en silencio, sigo y llego a una habtación. Era un dormitorio, en él había una cama que estaba hecha, se veía muy suave y cómoda, las paredes tenían cuadros con temas infantiles, un velador sobre el cual había una lámpara encendida con una luz tenue. La cama tenía una colcha con flores y sobre ella estaba una niña sentada. La niña tenía el cabello castaño, largo y ondulado; su rostro pálido, un poco con ojeras y una mirada contemplativa. Me acerqué a ella acariciando su cabeza, sus ojos se conectaron con los míos, le sonreí y me senté a su lado, tomé sus manos y conversé un rato con ella, le dije cuánto la quiero, lo orgullosa que estoy de ella, abracé su delgado cuerpo señalándole que todo lo que ha realizado es correcto. La invité a ir conmigo, pero eligió quedarse.
Se quedó ahí tranquila, serena y despidiéndose de mí con una leve sonrisa. Caminé hacia el portón de madera, salí y estaban ellos esperándome, los que venían conmigo, los que quedaron fuera y me dejaron entrar sola a esa casa. Iniciamos nuestro camino de regreso, con calma, en silencio, sintiendo nuevamente la suave brisa, el aroma de los árboles y la calidez del día.