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martes, 3 de agosto de 2010

María no más


¡Fue horrible, lo que hice fue horrible! Pero todo fue por su culpa, la culpa fue de ella y, él también la ayudó, yo ya lo sabía.
Él, es mi esposo y Ella, mi mejor amiga. Hoy a cada uno de ellos les coloco antes de nombrarlos el prefijo “ex” y logro sentir algo de alivio.
Ella y yo éramos amigas del tiempo en que las amigas eran de verdad. Cuando conocí a Miguel, mi esposo, ella ya era parte de mi vida.
Todo iba bien y por qué no decirlo, normal, absolutamente normal.
Al tiempo de haberme casado tuve un hijo y por supuesto, ella fue su madrina.
Cuando nos reuníamos en casa y se hacía tarde, ella se quedaba allí o Miguel la iba a dejar. Jamás sospeché nada, pero eso sólo fue al principio. Con el tiempo fui notando cosas, cosas que sólo mi intuición pudo ver, pero todos me decían que estaba en un error.
Fue así como le pedí a María, mi amiga, que me leyera las cartas, una y otra vez, pero siempre él aparecía como inocente y yo una paranoica.
Hablé con mi madre sobre mi sospecha: él me engañaba… lloró desconsoladamente, no podía creer que su hija estuviera viviendo su mismo calvario. Entonces, me dio un dato, la dirección de una bruja, pero ella me acompañaría.
Lo pensé unos días, finalmente decidí que era lo mejor y fuimos.
El día estaba helado y una neblina espesa me impedía ver el camino, por suerte iba con mi madre. Llegamos a un lugar de campo, a las afueras de Santiago, creo. Caminamos por un largo sendero de tierra y entramos a una casa que ya se venía abajo.
Adentro había un corredor largo, oscuro y con puertas a ambos lados, todo era murmullo. Las personas apoyadas en la pared esperaban su turno, en tanto en voz baja relataban a otros sus tristes vidas. Al ingresar a esa especie de sala de espera, sentí un frío que me calaba los huesos, parecía como haber entrado al Cementerio Católico de Santiago. Seguí hasta el fondo donde había un patio absolutamente árido, mientras me dirigía hacia allí, las personas me miraban de pies a cabeza de una forma un tanto extraña y algunos, habían tanto hombres como mujeres, me preguntaban que a quien venía a ver, mi madre señaló que a la señora María y se instaló al costado de una puerta detrás de algunas personas.
Me acerqué al lugar donde estaba mi madre, mientras divisaba lo que ocurría en el interior de aquellas habitaciones. Me impresionó una donde todo era tiniebla y oscuridad. Era un cuarto en el que se veían las vigas del cielo, las paredes tenían al descubierto los ladrillos que la formaban y el piso era de tierra. Junto a una mesa estaba sentada una mujer mayor, con sus ojos cerrados, que fumaba afanosamente un puro cuyo humo lanzaba inmediatamente por la boca hacia una vela encendida que estaba frente a ella. La vela era de color negro y tenía la forma de un pene. La mujer entreabrió sus ojos y los clavó en mí, me fui a toda prisa al lado de mi madre.
Me quedé junto a mi mamá esperando eternamente mi turno, las personas entraban una a una a la habitación hasta que llegó mi turno. Entré con mi madre, yo estaba un poco asustada, pero la mujer que me esperaba adentro era una abuelita muy simpática. Ella me pasó un frasco solicitándome que lo llenara con orina, con mi orina, así es que entré al baño y listo.
Al entregarle el frasco no me lo quiso recibir y con un gesto me señaló que lo dejara sobre la mesa. En ese instante encendió una luz frente a él y comenzó a relatar mi vida entera, finalizando con la confirmación de mis dudas…él me engañaba.
Ya de regreso a mi casa pensé en cada una de las indicaciones que me había dado y en el montón de frascos y yerbas que traía en mi bolso.
Durante el mes que siguió debí encender una vela todos los días martes, todos los viernes realizarme baños con yerbas, luego debía secarlas y quemarlas. Junto a esto, una vez a la semana le llevaba un frasquito con mi orina, el que ella evaluaba y me daba nuevas o las mismas indicaciones. Gasté un dineral.
Por suerte mis plegarias y esfuerzos fueron escuchados y Miguel fue trasladado por su trabajo, yo no lo acompañé ¡qué lata! Irme al fin del mundo sin ni una comodidad. Durante ese tiempo fui feliz, a pesar que lo veía sólo el fin de semana.
Mas como la felicidad tiene su otra cara, debía volver a ella y así es como él regresó y junto a él todos los males.
Las primeras semanas todo marchaba de maravillas, pero poco a poco esto fue cambiando aunque yo haya seguido al pie de la letra las recomendaciones de la señora María. Todo iba de mal en peor, si hasta terminamos durmiendo en cuartos separados.
Lo dejé todo de lado y fui donde otra bruja… ¡también se llamaba María! La situación no fue muy diferente a la anterior y los resultados igual de desastrosos, así lo sentía yo, incluso me pregunté ¿por qué todas se llamaban así?...tonteras mías.
Mi esposo nuevamente fue trasladado, en esta ocasión fuera del país y por insistencia de María, mi amiga, esta vez viajé con él, pero antes hicimos una gran fiesta, la que grabamos para llevarnos un lindo recuerdo.
Llevábamos un tiempo fuera del país y comencé a extrañar a mis padres y amigos, entonces busqué el video de la fiesta de despedida, comencé a verlo un día, luego dos y así sucesivamente, al punto que ya me sabía los diálogos de buenos deseos de memoria. Miguel comentaba que me notaba un poco rara, por lo que decidió llevarme al médico…estaba embarazada.
Este periodo no fue diferente a lo que ya había vivido hasta ahora, sólo me agobiaba un recuerdo, resonaban en mi cabeza las palabras que mi amiga había dedicado para nosotros en el video. Allí decía sentirse feliz de que viajaran tres y volvieran cuatro…ella se llamaba María, leía las cartas, era una bruja.
Pasaron dos años antes de volver a mi país, donde me reencontré con mi familia y amigos. Mi amiga estaba un poco distante y nunca más quiso leerme las cartas, insistiendo siempre en que todo era idea mía. En el fondo sabía que no podía estar eternamente mintiéndome.
Ya estábamos nuevamente instalados, nuestras vidas seguían como siempre. Mi madre vino a visitarnos, claro que ella sabía que me encontraría sola; entonces comenzó a relatarme algo increíble.
Ella paseaba por la Plaza de Armas cuando decidió sentarse en una de las bancas del lugar, estaba muy preocupada por mí y sentía que me debía ayudar, entonces se le acercó un hombre con quien se puso a conversar.
- Ese hombre sabía todo de ti hija mía, cuando le mostré unas fotos te reconoció de inmediato. Debes ir a verlo porque él te puede ayudar.
Pensé en ello y todas mis dudas afloraron nuevamente. No estaba de más el intentarlo, después de todo no se llamaba María como todas las otras brujas que había conocido hasta ahora.
Fui sola al lugar, luego de un rato este hombre se me acercó pidiéndome que guardara silencio, pues él reconocía mi dolor. Después de un instante más de silencio, me solicitó que lo acompañara. Caminamos algunas cuadras hasta llegar a una especie de cité, entramos e ingresamos a uno de los cuartos donde me pidió que me sentara, que le pasara las fotos y el dinero que llevaba en mi cartera. Todo era increíble, mi mamá esta vez no se había equivocado.
Miró muy concentrado cada fotografía, hasta que se detuvo en una. Comenzó a temblar y palideció sin dejar de mirarla, dijo algunas palabras, nada que yo pudiera entender. Entonces giró su rostro hacia mí y con sus ojos en blanco me señaló que había magia negra en combinación con magia roja, eso era no sólo para separarnos, sino que también para que yo muriera.
Este hombre era mi salvación, por fin me vería liberada de cualquier maleficio, pues él, a pesar del peligro que corría también su vida, me ayudaría. Entonces me preparó un agua de yerbas, mientras la bebía preparó un cigarro también con yerbas y lo fumamos. Me sentí un tanto mareada, pero él me ayudó llevándome hacia una cama que no había visto cuando entré allí. Me señaló que la magia negra había sido vencida, por eso me sentía así y que ahora debíamos derrotar a la magia roja; para ello comenzó a danzar a mi alrededor estirando sus brazos y tocando mi cuerpo con sus manos. Luego me quitó la ropa y tuvimos relaciones.
Desperté, estaba todo oscuro, busqué mi ropa y mis cosas. El hombre que salvó mi vida ya no estaba. Sólo perduraba en el aire el olor a yerbas.
Cuando llegué a casa me sentía feliz y me fui a la cama con esa grata sensación. Como a las cuatro de la madrugada desperté con una angustia atroz y lo único que lograba hacer era llorar.
Un poco más calmada, tomé el teléfono para hablar con María, al oír su voz del otro lado rompí a llorar otra vez pidiéndole perdón por lo que había hecho. Por su parte, como ella no entendía nada, sólo me preguntaba por los niños, que donde estaban, que si estaban bien, que si les había hecho algo y que sé yo. Ella sólo se preocupaba por ellos. Luego me pidió que me hiciera un agua con azúcar y le contara lo que estaba ocurriendo… y así lo hice.
Cuando terminé la historia, me señaló que me realizara un test de embarazo, el del SIDA y que fuera a ver a un psicólogo, después colgó y no supe más de ella.
A la semana, ya no daba más y conversé con Miguel. Él me gritó, me zarandeó, tomó a los niños y se fue a la casa de su mamá.
Decidí cambiarme de casa, vivo en un departamento en otro barrio. Nunca me atreví a ir nuevamente donde ese hombre, ni siquiera a buscar las fotografías, a pesar de que en una de ellas estaba la persona que me había hecho tanto daño.
Yo sé que la culpa de todo la tienen ellos, ellos me empujaron a hacer lo que hice. Él siempre tuvo otra, no sé cómo explicarlo, sólo sé decir que mi intuición así me lo señala. Y ella, siempre sensata, María, mi ex - amiga, lo sabía todo, de hecho lo encubría. Quizás, ahora estén juntos burlándose de mí, como los odio. Aborrezco a María, todas las brujas llamadas como ella me confirmaron que él me engañaba, menos ella.
Desde que llegué a este nuevo lugar, tengo una muy buena vecina que me escucha y me aconseja. Ella me asegura que no estaré sola por mucho tiempo, que todo pasará… Hoy supe que ella se llama María.