Datos personales

jueves, 10 de mayo de 2012

Verdecitos

Teníamos un club, todos los jueves nos reuníamos en la casa de uno de nuestros amigos. Allí en el patio sus papás habían construido una caseta de madera.
Cada tarde de jueves, llegábamos al lugar, cerrábamos la puerta y dábamos inicio a nuestra secreta reunión, la verdad, es que no sé qué tan seguro era el lugar como para mantener un secreto, ya que las tablas que conformaban la caseta presentaban importantes separaciones, las que perfectamente permitían filtrar cualquier conversación.
 Un día, en plena reunión, Sebastián, uno de los integrantes del club, que estaba sentado junto a mí, comenzó a murmurar algo indescifrable, lo que llamó mi atención y me hizo tratar de entender lo que decía, pero me era imposible escucharlo a él y a la vez la voz chillona de Jessica, la presidenta del club. Ella daba una síntesis de la reunión anterior. Al parecer nadie notaba que Sebastián hablaba con la pared o con alguien.
- ¿Sebastián qué haces?
- Converso
- Sí, ya lo noté pero ¿con quién?
- Con ellos – me contestó señalándome un agujero que se formaba en la separación de algunas tablas.
 Miré hacia el lugar indicado y no vi nada, salvo las tablas, entonces me acerqué más y nada. Volví a mi asiento e intenté poner atención a la reunión que estaba a punto de comenzar, claro que sin dejar de escuchar a Sebastián, quien reía y conversaba de manera muy entusiasmada.
- ¿Qué hacen allí sentaditos?
- ¿Por qué son verdecitos?
- ¿Qué hacen allí sentaditos y verdecitos?
 Al cabo de dos o tres reuniones, en las cuales mi amigo seguía con la misma conducta, alcancé a escuchar o entender que hablaba con algo así como unos duendes, ya que entre aquellas tablas sólo podía ubicarse un ser pequeño, claro está que eran varios, de color verde y que estaban sentados. Salí detrás de él para realizarle algunas preguntas y sus respuestas me dejaron un tanto perpleja: “Mis amigos verdecitos que están allí sentaditos son marcianitos”. Al escuchar tal afirmación me quedé paralizada, no pude moverme ni un paso más, en tanto Sebastián continuaba hablando y caminando, al parecer no notaba que yo estaba unos cuantos metros atrás.
 Pasó un minuto, dos o tres, no sé cuánto, pero yo seguía ahí sin poder moverme, entonces allí vino lo terrible e increíble: apareció una gran luz desde el cielo que se posó sobre Sebastián y lo levantó… ¡fue abducido!
 Ha pasado cerca de un mes, nadie habla sobre la ausencia de Sebastián, parece que nunca existió, pero durante cada reunión miro hacia las tablas separadas, como buscando algo. Hoy por fin lo he visto: lo veo ahí sentadito, verdecito y hablándome de su nueva vida.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta muy bueno el cuento, Saludos Daniel

Anónimo dijo...

Esta entrete me gusto.
Besito a la reina de esa casa y por supuesto al rey.