Datos personales

martes, 4 de mayo de 2010

Siempre digna


Mi muchacho era un tipo regio y estupendo, cuando recorría junto a él las calles de mi población las mujeres se daban vuelta a mirarlo y de pasadita me lanzaban una miradita de odio.
Él era alto, bastante alto para mí, que siempre he sido baja y flacuchenta. Sus dientes era perfectos y su sonrisa genial.
Mantuvimos una amistad un tanto falsa, ya que yo sólo quería que él se fijara en mi, pero no pasaba nada, para él yo simplemente era una buena amiga. Pero, como muy bien dicen por ahí: “a nadie le falta Dios”, las cosas fueron cambiando y cada día notaba que su conducta era más y más especial hacia mí. Bueno, pero como “no todo lo que brilla es oro”, un día iba caminando hacia su casa y lo divisé en la esquina con una niña de largo cabello rubio, tuve unas ganas locas de regresar, mas continué mi camino siempre digna. Los vi despedirse teniendo casi la certeza que se dieron un beso en la boca.
Pasamos toda la tarde juntos conversando, tocando guitarra y cantando, él solía dedicarme canciones. Todo esto sucedió por meses, él me cantaba y yo lo escuchaba; recorríamos el barrio caminando, tomados de la mano, cuando me iba a dejar a la casa me acompañaba a lo largo de tres cuadras y luego yo debía hacer lo mismo…era todo un ritual.
Todo siempre fue así, bastante platónico e infantil, hasta que un día una de mis tías tuvo la brillante idea de enviar a su hija a mi casa para que yo le enseñara matemáticas, entre otros ramos.
¿Cuento corto? Cuando mi prima lo conoció quedó inmediatamente prendada de él y él de ella, tuvieron una diminuta relación de no más de un día, lo suficiente como para que yo me diera cuenta que para él yo sólo era una muy buena amiga y mi prima, como tantas otras, la rubia de sus sueños.
Me sentí como una idiota, pero siempre digna traté que de alguna manera a mi prima le entrara en la cabeza toda la materia que debía aprender. Odié el ser buena alumna y profesora.
Me alejé casi absolutamente de él, nunca tan tonta como para “tropezar con la misma piedra”. Y digo que casi me alejé absolutamente, porque él era amigo de mi hermano, por lo tanto de vez en cuando se aparecía por mi casa, claro que siempre afuera, nunca entraba, le daba vergüenza.
Un día, un día cualquiera, un día de aquellos en que crees que nada saldrá bien o mal, en que cualquier cosa te toma de sorpresa y no tienes ni la menor idea de cómo vas a reaccionar, ese día que puede ser este u otro, estábamos mi familia y amigos reunidos, cuando escuchamos que alguien llamaba a la puerta, salí a atender aquel llamado y ¡oh! sorpresa, frente a mí estaba una rubia despampanante, quien me miraba con una grácil sonrisa. En tanto yo, que no tenía idea quien era, miré a través de ella y a su alrededor y ahí estaba él, apoyado en la reja de mi casa observándome atentamente. Me dirigió una sonrisa burlona y preguntó por mi hermano. Mientras, por mi mente las palabras, pensamientos, odios e ideas malévolas se agolpaban dispuestas a salir para cobrar venganza, pero yo siempre digna, tomé aire, le dirigí a ella una gran sonrisa, una de aquellas muy amistosas y la invité a pasar. En ese instante él quedó “paralelo” (como dice Papelucho) y rojo como un tomate… tuvo que entrar, pues su dulce rubia había aceptado mi invitación.
En fin, una vez que ingresó a mi casa no estuvo ni un segundo “bajo el columpio”, es decir tuvo que soportar en silencio todas mis bromas. La rubia despampanante sólo era eso, rubia; y esa noche él supo quién era yo: una mujer de estatura baja, bastante delgada, de pelo castaño, pero muy inteligente y lo más importante…siempre digna.
Al terminar la velada, una vez que todos se fueron y mi familia se fue a dormir; con mi mejor amiga celebramos y reímos a carcajadas mi simpática venganza, con todas las bromas que el pobre tuvo que soportar.
Esto no terminó ahí, a pesar de yo haber dado vuelta la página, él continuó yendo a la casa y no a visitar a mi hermano, sino a verme a mí. Pero a mí él ya no me interesaba en absoluto, pasé del amor al desencanto con tal rapidez que ya ni recuerdo cuáles eran las canciones que me cantaba, ya no sé como llegar a su casa, ni recuerdo cual era su nombre, sólo sé que yo, siempre digna, lo llamaba “mi muchacho”. Creo que él nunca notó que, luego de un traspié una debe pararse, limpiar su ropa y seguir caminando y eso es lo que yo hice.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno tu blog y tus historias!!

Anónimo dijo...

gueno golondrina como lo dice a quella frace celebre una golondrina no hace verano, pobre tu muchacho se quedo con los crespos bien hechos, tarde reacciono son las custiones de la vida, po las que la hacen entrete... pero tenia poder.. por que esencialmente aun no lo olvidas solo que no jue sniffffffff