A lo largo de tu vida vas conociendo a una serie de personas. Gente que entra y sale de tu vida así sin más y otros que permanecen en ella por los siglos de los siglos. Todo fluye, todo se vive; aprendes de ellos o mejor dicho de las experiencias que vas teniendo junto a ellos.
Dentro de este mundo de relaciones hay unos seres a los que yo denomino “la antiamiga”, da lo mismo el sexo, porque en tu camino encontrarás hombres y mujeres que entran en esta categoría, el género es lo de menos. Pero lo que hacen con tu vida o, mejor dicho, lo que tú permites que te hagan, eso sí que es importante.
En tanto, yo la clasifico dentro del sexo femenino, porque era de ese sector el espécimen que pasó por mi vida.
Todo ocurrió lentamente, llevábamos años de conocernos, teníamos amigas en común y éramos asiduas visitantes de nuestros hogares. Por diversas razones dejamos de vernos por algunos años. Luego sucedió lo típico, alguna que se encontraba aburrida con su vida decide ubicar y reunir a sus excompañeros de algo… y así fue como volvimos a saber de nosotras, el tiempo no puede disolver una amistad como aquella.
Volvimos a reunirnos cada cierto tiempo en nuestras casas, ahora con hijos y maridos incluidos, éramos el grupo de siempre, ese con el que haces desorden en el colegio, ese con el que haces las tareas en la universidad, ese con el que te juntas en la hora de colación en tu trabajo.
Todo iba bien, hasta que comienzas a notar ciertos detalles que llaman tu atención: cada vez que acuerdas una reunión, la antiamiga tiene algún problema: que con quien dejo al niño, que mi marido no quiere que vaya, que no me dejó plata para salir, etc., etc., etc.
Siempre lo mismo, al final igual llega, ese era sólo el preámbulo, pero una vez que está ahí no escatima en comentarios y actitudes para hacer notar que está nerviosa y preocupada. Debido a ello tú te acercas para saber por qué no está disfrutando de la velada… error. De ahí en adelante te enteras de todo lo mal que lo está pasando, y no porque sus amigas sean aburridas, es que su esposo la engaña, su suegra la odia, tiene cero posibilidad de contar con la ayuda de su madre, pues ésta es otra que vive una situación parecida y bla, bla, bla.
El tiempo transcurre y te das cuenta que ya muchas no le prestan atención, entonces arremete con otra noticia, tan terrible y abrumadora… él la golpea.
La violencia de aquella noticia provoca que sus amigas más cercanas estemos atentas, la visitamos y la llamamos constantemente, todo para que a la primera señal de maltrato la denuncia sea interpuesta. Finalmente sólo detectas que él es bastante inmaduro y que ambos se tratan mal verbalmente. Igual sabes que hay un momento en que ellos estarán solos y que tú nada podrás hacer. Entonces aparecen otras ideas para poder ayudar, los consejos en pro de la salud mental de tu antiamiga. Le hablas de la posibilidad de independizarse, buscar un empleo, ir al psicólogo y finalmente separarse si tan mal lo está pasando.
Luego se cierne sobre el grupo otro balde de agua fría… tu antiamiga tiene cáncer. Se reúne el grupo, pero sin ella, con la seriedad que se trata un tema de estado hablamos de la situación, una de nosotras llora a moco tendido preguntándose por el destino del hijo, un pequeño de cuatro años, exquisito y de ojos vivaces. Otras tratamos de mantener la calma y analizar los posibles escenarios.
Finalmente decidimos proponerle el visitar a otro médico y… ella aceptó.
La encargada de dicha empresa fui yo. Entonces visitamos a un médico que merecía mi confianza, uno que no te ofrece cuchillo de buenas a primera, uno que además de tratar los síntomas busca la causa de ellos y uno que dará respuesta a tus dudas.
Llegamos a la consulta, le pedí que llevara todos los exámenes que le habían realizado, mis manos sudaban frío y sentía un terrible vacío en el estómago.
Cuando por fin la llamaron, entramos a una sala bastante pequeña, tibia, con apenas una ventana y bastante acogedora. El médico nos invitó a tomar asiento y que le relatáramos el motivo de nuestra visita. Allí ella inició su discurso, del mismo modo y con las mismas palabras que nos había dicho a nosotras, luego le entregó los exámenes. El médico los revisó uno a uno sin decir nada, mi estómago cada vez se apretaba más, en tanto mi mente me pedía que mantuviera la calma.
- Dentro de lo que me acabas de decir, señalaste que tenías crisis de pánico
- Sí y es terrible, me dieron unas pastillas… - alcanzó a decir antes de ser interrumpida por el doctor
- ¿Es decir que aún lo padeces? – y sin esperar respuesta - ¡imposible! a una persona con crisis de pánico no se le podría realizar un scanner y a ti te lo hicieron. Tú has viajado, para subirte a un avión debiste hacerlo dopada y no estarías encerrada aquí hablando conmigo en esta minúscula habitación, ya te habrías tirado por aquella ventana, sin importar el piso en el que estamos.
La miré y le sonreí, yo estaba feliz de saber que las crisis de pánico eran sólo un mal diagnóstico.
El doc tomó un lápiz y papel de su escritorio, comenzó a hacer un dibujo, una vez que lo terminó nos miró a ambas, luego mantuvo fija su mirada en mi antiamiga y dio inicio a una breve y sencilla explicación.
- La hipófisis está funcionando mal, esto se podría deber a una gama de situaciones y dentro de éstas el cáncer ¿esto es lo que te explicaron?
- Sí – contestó muy rápida y segura
- Bueno, el cáncer en tu caso es una posibilidad bastante remota por no decir inexistente de acuerdo a estos exámenes. Te recomiendo que sigas con tu médico y te realices el tratamiento que él indique.
Salimos de la consulta, mi estómago seguía igual, pero para mi antiamiga yo sonreía feliz y la felicitaba por tan buenas noticias. Después cada una regresó a su hogar.
Ya en mi casa mi angustia se mantenía en espera del grupo, ellas llegarían en un instante y realizaríamos otra reunión de estado. Todas llegaron a la hora señalada y les relaté lo sucedido con la frase final NUNCA TUVO CÁNCER.
- ¿Recuerdan lo que les dije la otra vez?- dijo Leticia, una de las miembros del grupo.
Todas lo recordábamos muy bien, tiempo atrás nos habíamos reunido en mi casa. Habíamos llegado todas, menos ella, faltaba nuestra antiamiga; en eso sonó el teléfono, era ella. Me pedía que llamara a su mamá y la convenciera de cuidar al bebé para que ella pudiera venir… no fue necesario, pues a los minutos llamó la mamá pidiéndome lo contrario, es decir, que la convenciera, a su hija, de no venir para evitarse problemas con el esposo. Yo sólo las escuché y les conté a las demás lo que estaba ocurriendo. Leticia nos miró y nos increpó a todas con un “¿hasta cuándo aguantamos esto? Para mí ya es suficiente, siempre que nos reunimos ella, venga o no, se convierte en el centro de toda la atención o mejor dicho, el centro de toda nuestra preocupación. Al final nos jode todo. No sé ustedes, pero creo que yo lo estaría pasando mejor en mi casa”. Tomó sus cosas y se fue.
Ya de regreso al cáncer, crisis de pánico y violencia intrafamiliar, muchas coincidimos en que en el fondo ella era feliz con esa vida y que cada una debía preocuparse que esto no la afectara, por lo mismo de ahora en adelante el que viniera o no a las reuniones, entre otras cosas, sería problema de ella.
Pasó un largo tiempo y todo iba de maravillas, cuando comenzaba con sus quejas, algunas se alejaban, otras la ignoraban y otras hacían como que la escuchaban moviendo la cabeza cada cierto rato o realizando un gesto expresivo con su rostro.
Yo me fui alejando, no del todo, me preocupaba su hijo, pobre pequeño qué culpa tenía. Evitaba llamarla y rara vez iba a su casa, sólo nos veíamos en las reuniones, a las que poco a poco dejé de asistir.
Finalmente me alejé no sólo de ella, sino que de todas mis amigas, pero igual me mantenía angustiada, por lo mismo decidí realizar un viaje fuera de Santiago, debía ser lo suficientemente lejos para poder descansar. Tomé un mapa de mi país y le lancé un dardo cuya punta fue a dar directo a Chiloé, lugar que cumplía absolutamente con lo que yo deseaba…estar muy lejos.
Al día siguiente estaba en la estación de trenes dispuesta a encontrar pasajes y, así fue, encontré boletos. Subí, me instalé en mi asiento e inicié mi viaje hacia el olvido y la sanación.
Al regresar, algo en mí había cambiado, yo era otra, mi estómago ya no me dolía, aprendí la lección…creo. A ella le gustaba llamar la atención, bien. A mí me dañaba la forma en que lo hacía, pues bien también y aléjate. Porque si te estás quemando lo primero que haces es alejarte de la fuente de calor, no te quedas ahí esperando a que el fuego te consuma. Junto con eso, aprendes a no generalizar, es decir, hay momentos en que el fuego te ayudará y momentos en que éste te hará daño. La amistad no tiene que ser así, no te debe lastimar.
1 comentario:
Tienes razón, siempre en nuestras vidas nos topamos con alguien así
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